domingo, 25 de enero de 2015

Una pulsión de justicia, contra la impunidad (apuntes sobre el caso Nisman)


Diario Clarín, 24 de enero de 2014
El Memorándum de entendimiento con la República de Irán siempre estuvo rodeado por la duda sobre los verdaderos motivos políticos y jurídicos que llevaron al gobierno a instrumentarlo. No era una política de Estado, fue tratado con suma urgencia sin estar en la agenda pública, no establecía claramente que se podía indagar a los sospechosos, vulneraba la división de poderes, pero principalmente, implicaba convenir con un régimen que negaba el Holocausto, que había mostrado muy poca colaboración para tratar de llegar a la verdad sobre el atentado a la AMIA y al cual solo le interesaba liberar a sus nacionales de las alertas rojas de Interpol.
Si bien la búsqueda de la verdad y la justicia es un objetivo prioritario e irrenunciable, el gobierno ni siquiera analizó otros caminos más razonables, como por ejemplo el juicio en ausencia.
Frente a cualquier situación en donde tuviera que rendir cuentas sobre sus actos u omisiones de gobierno, el kirchnerismo siempre reaccionó de forma brutal estirando hasta el abismo el funcionamiento institucional, o bien directamente, soslayándolo tomando como única referencia la legitimidad de una mayoría circunstancial, sin aceptar límite alguno que la contuviera.
El “ir con los tapones de punta”, lo cual implica no sólo jugar al límite sino también la posibilidad cierta de lastimar seriamente al adversario, es quizás la mejor síntesis de que entiende el gobierno como respuesta posible cuando es interpelado por un funcionario que cumplía con un mandato impuesto por la Constitución, por la oposición o por el periodismo crítico.
La denuncia penal promovida por el fiscal Nisman implicaba enfrentarse a una maquinaria política que haría todo lo posible por descalificar y amedrentar a su promotor. Si a pesar de esto, siguió adelante es porque estaba dotado de una significativa pulsión de vida, de un deseo puesto en acción muy fuerte, de la construcción de una escena en donde existía un cierto disfrute en la contienda por venir.
¿Cómo es posible que alguien que se había preparado durante tanto tiempo para esta escena, el día anterior a la más importante presentación pública de su vida, se quitara de la misma por una repentina pulsión de muerte?
El deceso del fiscal Alberto Nisman coloca a la democracia argentina “entre dos muertes”, como una suerte de moderna Antígona conmovida y angustiada, que a pesar de ello lucha por sobrevivir ante una situación trágica que conmociona y resignifica a la vez.
Más que en un símbolo, Nisman se convierte en un significante que reflejará aquello que entiende cada persona por democracia, un significante destinado a rechazar cada sinónimo de impunidad e injusticia. Cuando ello pasa, las sociedades se dan una nueva oportunidad de volver a nacer institucionalmente para poder superar la angustia que produce estar entre dos muertes.