La
repentina aparición del COVID-19 y las huellas que está dejando en las
subjetividades aceleró el debate entre el constitucionalismo digital y el
constitucionalismo analógico.
Alessandro
Baricco sostiene que la primera huella geológica de la digitalidad es la
aparición del juego Space Invaders a
partir del cual dejamos atrás el metegol como muestra de lo físico y nos
sumergimos en el mundo de lo inmaterial, gráfico e indirecto. Ese fue el día
inicial de la persona-teclado-pantalla que posteriormente se transformó en una
especie de postura cero en la que los dispositivos se convirtieron casi en
prótesis orgánicas del cuerpo humano. A partir de este momento se desarrolló un mundo que
paulatinamente fue transitando en distintas etapas, una digitalidad que lleva
en su ADN el patrimonio genético del videojuego ¿Cual fue la figura que
representó el apego del siglo XX al metegol como representación de lo
analógico? Un iceberg o una pirámide invertida en cuya cubierta flotan las
percepciones superficiales y el juego consistía en superarlas guiados por
alguna clase de mediación a través de un maestro, sacerdote, viajes,
profesores, viajes, libros, goces, sufrimientos hasta llegar al punto de la
experiencia descartando que dicho camino fuera sencillo de transitar. Esta
figura la aplicábamos a los aspectos más diversos de la realidad se trate de
investigar una noticia, entender una poesía o vivir un amor. Así funciona el
derecho constitucional analógico en donde lo construido en términos de sentidos
aparece como un saber consolidado que solo puede ser explicado pero nunca
conmovido desde la superficie. La lucha entre los "mediadores" o
"maestros" se reduce a demostrar quién sabe más del saber encapsulado
por el constitucionalismo analógico, pero es atentar contra su corazón, plantear
alternativas innovadoras
¿Qué
aparece cuando invertimos el iceberg o la pirámide? El premio aparece arriba,
el esfuerzo abajo, las esencias emergen a la superficie, la complejidad queda
escondida en algún lugar. Así funcionan actualmente muchas de las aplicaciones
más conocidas desplegando una simplicidad donde la complejidad de la realidad
emerge en la superficie dejando atrás cualquier lastre que haga más pesado el
corazón esencial. Con esa lógica también funciona el constitucionalismo digital
de la cuarta revolución industrial donde la innovación siempre es posible más
allá de las experiencias emergentes que circulan por la superficie casi sin
intermediación y exige, una y otra vez, respuestas nunca dadas más que
interrogantes basados en experiencias consolidadas. El constitucionalismo
digital no pretende desconocer o destruir el saber acumulado, pero lejos de
configurar un sesgo incuestionable, lo utiliza para encontrar respuestas a
preguntas que requieren innovación, de la misma manera que Siri el sistema
operativo de Apple nos trae la información que requerimos para adoptar
decisiones en diversos sentidos.
El
COVID-19 incrementó notablemente el factor de aceleración de la cuarta
revolución industrial dejando una impronta en la subjetividad que generará en
breve interdicciones, en general, al discurso jurídico pero especialmente al
constitucionalismo. Actualmente las personas son sujetos que gozan en términos
lacanianos a través de los datos dejando a su paso un rastro digital (una suerte
de "alma de datos" o de "oro azul") del que puede extraerse
diversas conclusiones y perfiles con el uso de la herramienta tecnológica
adecuada basada en el aprendizaje automático. Somos o vamos camino a
configurarnos como "seres subjetivamente improntados por los datos" o
"seres datados" que expresan una suerte de "narcisismo
digital". Netflix nos invita a disfrutar una serie o película que según
nuestros datos puede gustarnos, Wase se encarga de que lleguemos rápido y
seguro a un destino para después indicarnos como volver a casa, las Apps de
lugares de alojamientos nos envían ofertas permanentes sobre la base de los
viajes realizados, Tinder es el Disney digital del ejercicio diverso de la
sexualidad. Hay una nueva forma de consentimiento y relación con los datos
innovadora. Seguramente en breve, y mucho más después de la pandemia,
aparecerán conflictos sobre el alcance del consentimiento digital oportunamente
otorgado porque una cosa es que alguien consienta entregar datos en relación
sus preferencias cinéfilas y otras es que después se crucen con otras datos
para perfilar sesgos biográficos. Ante esta situación: ¿Puede el derecho
constitucional analógico brindar respuestas mínimamente racionales si todavía
sigue enmarcado en proteger datos estáticos archivados en registros o bancos de
datos públicos o privados destinados a proveer informes que solo se transfieren
empaquetados?
¿En
la era digital tenemos que aceptar que la privacidad es algo del pasado? El
"oro azul" de los datos dispersos en la minas digitales están siendo
explotados por muchas empresas (los data brokers) sin que las personas sean
conscientes de lo rentable que son los rastros digitales, cuánta información
está siendo utilizada ni para qué ¿Cómo no va a cambiar la noción de privacidad
en un mundo digital si internet no solo sabe mejor que nosotros quiénes somos,
sino también, quienes vamos a ser? Así como en el presente observamos
sorprendidos que en el pasado los coches no tenían cinturón de seguridad o los
médicos fumaban en los consultorios, quizás en un futuro cercano, parezca
insensata la incontinencia narcista viral actual y esta primera época se
recuerde como una especie de lejano Oeste digital en el que todo valía. ¿Está
en condiciones el constitucionalismo analógico de proteger la intimidad digital
del siglo XXI cuando sigue encorsetado en un concepto propio del siglo XX?
Se
podrían plantear numerosos escenarios en términos de democracia, derecho y
tecnología en los cuales la opción entre el constitucionalismo analógico y el
constitucionalismo digital se hace presente, y mucho más aún, a partir de una
pandemia global que no sabemos cuándo y cómo terminará.
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