Diario Clarín, 24 de enero de 2014
El Memorándum de
entendimiento con la República de Irán siempre estuvo rodeado por la duda sobre
los verdaderos motivos políticos y jurídicos que llevaron al gobierno a
instrumentarlo. No era una política de Estado, fue tratado con suma urgencia
sin estar en la agenda pública, no establecía claramente que se podía indagar a
los sospechosos, vulneraba la división de poderes, pero principalmente,
implicaba convenir con un régimen que negaba el Holocausto, que había mostrado
muy poca colaboración para tratar de llegar a la verdad sobre el atentado a la
AMIA y al cual solo le interesaba liberar a sus nacionales de las alertas rojas
de Interpol.
Si bien la búsqueda de la
verdad y la justicia es un objetivo prioritario e irrenunciable, el gobierno ni
siquiera analizó otros caminos más razonables, como por ejemplo el juicio en
ausencia.
Frente a cualquier
situación en donde tuviera que rendir cuentas sobre sus actos u omisiones de
gobierno, el kirchnerismo siempre reaccionó de forma brutal estirando hasta el
abismo el funcionamiento institucional, o bien directamente, soslayándolo
tomando como única referencia la legitimidad de una mayoría circunstancial, sin
aceptar límite alguno que la contuviera.
El “ir con los tapones de
punta”, lo cual implica no sólo jugar al límite sino también la posibilidad
cierta de lastimar seriamente al adversario, es quizás la mejor síntesis de que
entiende el gobierno como respuesta posible cuando es interpelado por un
funcionario que cumplía con un mandato impuesto por la Constitución, por la
oposición o por el periodismo crítico.
La denuncia penal
promovida por el fiscal Nisman implicaba enfrentarse a una maquinaria política
que haría todo lo posible por descalificar y amedrentar a su promotor. Si a
pesar de esto, siguió adelante es porque estaba dotado de una significativa
pulsión de vida, de un deseo puesto en acción muy fuerte, de la construcción de
una escena en donde existía un cierto disfrute en la contienda por venir.
¿Cómo es posible que
alguien que se había preparado durante tanto tiempo para esta escena, el día
anterior a la más importante presentación pública de su vida, se quitara de la
misma por una repentina pulsión de muerte?
El deceso del fiscal
Alberto Nisman coloca a la democracia argentina “entre dos muertes”, como una suerte
de moderna Antígona conmovida y angustiada, que a pesar de ello lucha por
sobrevivir ante una situación trágica que conmociona y resignifica a la vez.
Más
que en un símbolo, Nisman se convierte en un significante que reflejará aquello
que entiende cada persona por democracia, un significante destinado a rechazar
cada sinónimo de impunidad e injusticia. Cuando ello pasa, las sociedades se
dan una nueva oportunidad de volver a nacer institucionalmente para poder
superar la angustia que produce estar entre dos muertes.
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